Cuando trabajas con adolescentes, ves lo importante que es que hayan adquirido buenos hábitos en la infancia. No se trata de agobiarse haciéndoles vivir etapas antes de tiempo pero tampoco podemos perder oportunidades. Como dice Savater,” hay que educar a los niños para que algún día dejen de serlo, no para que sean adultos infantiles.” Por eso es importante plantearse de qué hábitos hablamos, ¡hay tantos que son importantes! Recibimos bombardeos con todo lo que podemos hacer con los hijos en sus primeros años y nos pillan a los padres con ganas, con ilusión. ¿Son tan importantes los hábitos? Para convenceros os traigo un experimento, ya clásico, que demuestra que los resultados académicos están más relacionados con la capacidad de autocontrol que con las aptitudes intelectuales.
Está claro que la capacidad de autocontrol es esencial pero hay otras tan importantes para conseguir hijos que se sepan controlarse, sean autónomos, seguros , fuertes y con ganas de aprender y eso en parte depende de su carácter pero también de la educación recibida. A lo largo del día tenemos muchas oportunidades para trabajar estos aspectos si tenemos claro lo que nos jugamos:
- La capacidad de autocontrol, de inhibir una respuesta, retrasar una recompensa, es decir, la fuerza de voluntad (esperar a la hora de comer, dejar de jugar cuando se les llama, estar en silencio cuando no se puede hablar o aceptar que le neguemos algo que piden) Cuando son pequeños, los niños obedecen la voz del adulto y se trata de que poco a poco respondan a la suya propia. Por eso es tan importante que se acostumbren a obedecer la nuestra y para ello que les demos órdenes claras, importantes y con firmeza.(pero no excesivas) Poner límites claros fomenta la disciplina y les da seguridad y además les va entrenando para ejercer su propio autocontrol. Ese autocontrol tan necesario para la concentración en el trabajo escolar y también para prevenir conductas dependientes, por ejemplo con las nuevas tecnologías.
- Autonomía. Uno de los fallos más frecuentes de nuestros tiempos es la sobreprotección, las llamadas “madres helicóptero”, fenómeno favorecido por las posibilidades de control que nos dan las nuevas tecnologías. Me refiero tanto a no dar libertad (adaptada a cada edad) como a hacerles cosas que ellos podrían hacer, por un exceso perfeccionismo. Solo genera ansiedad en los progenitores e inseguridad en los hijos. “Ayúdame a hacerlo por mi mismo” decía María Montessori. Para conseguirlo, los adultos tenemos que vencer 2 tentaciones: nuestro propio miedo al fracaso: no confiar en ellos, porque creemos que no van a saber hacerlo, lo van a hacer mal, o les puede pasar algo y no podemos correr el riesgo (es una pena, porque la única manera de aprender es hacerlo!)y el segundo es la lástima, cuando queremos evitar que sufran, que pasen vergüenza,…Pero el peligro de no dejarles ser autónomos es que se conviertan en hijos: 1. Irresponsables y cuando empiecen a volar ya no habrá tiempo de “probarles”. 2. Inseguros: no confiarán en sí mismos porque les hemos transmitido la idea de que no pueden y no les habremos dado la oportunidad de desarrollar todas sus potencialidades. 3. Tímidos y vergonzosos, no sabrán manejar sus emociones ni resolver sus conflictos.
- Fortaleza, resistencia a la frustración, que les empuje a luchar ante el fracaso y no hundirse. Es imposible que les salga todo bien a la primera, así que hay que enseñarles a reaccionar, sin evitárselo y sin recriminárselo, sino analizando los fallos y motivándoles a mejorar. Todos fracasamos, la diferencia está en la reacción. Si conseguimos que sean fuertes estamos poniendo la base de la autoestima porque se sentirán seguros de si mismos a pesar de sus pequeños fracasos. ¿Qué hacemos para ayudarles?
- Un hijo autónomo es más fuerte por eso no hay que ayudarles más de lo que necesitan, aunque hagan las cosas “a medias” y les cueste más tiempo, así podremos reforzarles por lo que son capaces de hacer por si mismos y no lo haremos cuando fallen, sin recriminar pero sin taparlo, necesitan su “dosis diaria de frustración” para hacerse fuertes. Pero sin machacarles, ni ser demasiado negativos cuando los resultados son malos.
- Hay que valorar el esfuerzo y la iniciativa y no el resultado, pero ni los buenos ni los malos. A veces damos tanta importancia al triunfo que aunque no les riñamos en exceso cuando no les salen las cosas, si celebramos en exceso sus triunfos, aprenden que para agradarnos necesitan triunfar.
- Dedicar tiempo a pensar cuáles son sus puntos fuertes y decírselo.
- Ser realistas y no engañarles diciendo que lo hacen todo bien, así se consiguen hijos inseguros que no están preparados para las críticas que llegarán. Hay que ser positivos, no fijarnos solo en lo negativo pero tampoco ocultárselo. Con tacto: alabanzas en público y críticas en privado.
- Curiosidad natural, o motivación para aprender. Cuando son pequeños suelen tener muchas ganas de aprender, sin los prejuicios escolares y, desgraciadamente, a veces al crecer lo van perdiendo. Por eso es importante que ante sus muestras de interés por algún tema sepamos responder con interés fomentando nuevos temas, pero aceptando siempre los suyos.