A veces nos complicamos buscando nuevas técnicas educativas, las últimas investigaciones para que los alumnos mejoren y nos olvidamos de recursos que tenemos disponibles en el día a día y quizás por eso no les prestamos atención. Me refiero a algo tan visto y tan “vulgar” como saber tomar buenos apuntes en clase. Es un hábito de estudio clásico que no se considera obligatorio y que con la cantidad de fuentes de información de que disponen hoy los estudiantes no se ve muy necesario. Practicarlo tiene muchas ventajas: en primer lugar mejora el rendimiento escolar porque ayuda a mantener la atención (es más difícil distraerse), salir de clase con la materia medio aprendida (reduce el tiempo de estudio en casa) y saber en qué aspectos se centra el profesor (lo que es más fácil que aparezca en el examen). Por otro lado es un ejercicio mental que requiere pero también ayuda a desarrollar una serie de habilidades intelectuales, como la concentración, comprensión oral, capacidad de síntesis, agilidad de pensamiento y rapidez al escribir. Es decir el que lo hace habitualmente funciona mejor en clase, necesita estudiar menos tiempo y mejora su capacidad mental.
Los que no lo practican suele ser porque supone un esfuerzo extra o por no sentirse capaces “va muy rápido”, “no sé qué escribir, todo es importante”. Para cambiar esa actitud ayuda que el profesor les anime a hacerlo, o incluso les obligue como una tarea más que hay que hacer y también se lo facilite dirigiéndoles la operación y enseñándoles cómo hacerlo. Pero como cualquier hábito requiere determinación y constancia, es decir practicarlo aunque cueste para ir mejorando con la práctica.
Merece la pena el esfuerzo. La mayoría de los estudiantes brillantes suelen decir que no estudian mucho pero aprovechan las clases a tope tomando apuntes. Además es uno de los hábito escolares que pueden ser fundamentales en la vida profesional: escuchar, enterarse y quedarse con lo importante.
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